domingo, 8 junio, 2025
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Voto antibronca

En medio de la temporada alta de rosca electoral en todos los partidos, también en aquellos que dicen vanagloriarse de ir contra la casta, un fantasma empieza a inquietar a parte de la clase política, aunque haga que mira para otro lado: el ausentismo electoral.

Este fenómeno se viene repitiendo en diferentes distritos del país, donde ya se desarrollaron media docena de elecciones locales, las que encima deberían interpelar más a los electores por una cuestión de proximidad.

Sin excepciones, los porcentajes de participación son muy bajos, en varios casos a niveles récord desde el retorno republicano (que se inició con aquel llamado alfonsinista a que con la democracia se come, se cura y se educa), con números de asistencia más propios de países donde el voto no es obligatorio. Sale nota al pie: hay que convenir que la sociedad argentina asume que no hay represalia alguna para quien decide evitar ir a las urnas.

Esto no les gusta a los autoritarios

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Repasemos el ausentismo en los comicios de lo que va del año:

◆ Santa Fe: 44,6%

◆ Chaco: 48%

◆ Salta: 41%

◆ San Luis: 40%

◆ Jujuy: 35%

◆ CABA: 46,7

Este domingo 8 se vota en Misiones. Allí tampoco las previsiones lucen alentadoras en cuanto a la presencialidad electoral, por lo que se confirmaría la tendencia.

Hay algunos consultores políticos y encuestadores abocados a la tarea de desentrañar los motivos por los que la gente evita ir a votar. Según estos expertos, la palabra que surge en primer lugar es “desinterés”.

A ese destino principal se arriba desde diferentes ramales. Uno de ellos, tal vez el troncal, es el de la percepción de que el resultado electoral influirá poco o nada en su situación.

Semejante argumento exhibe la negativa evaluación general que se hace de las gestiones estatales, de los últimos lustros y en todos los planos: nacional, provincial, municipal, ejecutivo, legislativo y hasta (o sobre todo) judicial.

Esta expresión resulta en lo que se llama “crisis de representación”, prima hermana de un descreimiento respecto a las soluciones reales que puede dar el sistema democrático. Algo que está lejos de ser una particularidad argentina, que sigue siendo la ciudadanía en América Latina con mayores porcentajes de apoyo a la democracia. Pero atención, es una alerta.

De algo de este panorama debió nutrirse Cristina Fernández de Kirchner en su reaparición televisiva de esta semana. Allí, además de formalizar que buscará ir como candidata a diputada bonaerense (si la Corte Suprema no ratifica antes la sentencia por corrupción que derivaría en ser detenida e imposibilitada de ejercer cargos públicos), señaló que más que “volver a enamorar” al electorado hay que “representarlo”.

La admisión de la expresidenta apenas llega hasta ahí. Esquivó cualquier autocrítica sobre su incidencia en este estado de situación, siendo la líder del movimiento que marca el ritmo político en estas latitudes desde hace casi un cuarto de siglo. Nada que sorprenda.

Lo llamativo sobre el tema, sin embargo, llegó en otro momento. Fue cuando, con tal de robustecer su clásica guerra a la Justicia argentina (ella, que fue una abogada exitosa), ensalzó a los 13 millones de mexicanos que fueron a votar por primera vez en la historia quiénes integrarán los tribunales, incluida la Corte Suprema. Efectivamente, sufragaron 13 millones, pero sobre 100 millones que hay en el padrón. Apenas el 13%.

Hoy se vota en Misiones. Allí las previsiones de asistencia tampoco lucen alentadoras.

Amén del debate sobre si es el mejor método para designar jueces, la representatividad en este caso volvió a brillar por su ausencia. Menos mal que Cristina y su entrevistador olvidaron remarcar el detalle cuantitativo. También uno cualitativo: algunos candidatos a jueces en México tenían vínculos con el narco. Mala mía, pasa acá también. Y en el ejercicio de la magistratura.

CFK empleó además el argumento del hastío social para sostener su oposición al anticipo de los comicios provinciales decidido por Axel Kicillof. Encima, los obligamos a ir a votar dos veces, sintetizó la candidata. En realidad, esa explicación esconde su convicción de que el desdoblamiento debilita más que fortalece al peronismo bonaerense gobernante.

Para ello, pone de ejemplo el reciente resultado en CABA. Jorge Macri decidió adelantar, el PRO perdió por primera vez en dos décadas, salió tercero y casi con la mitad de los votos que obtuvo LLA. Aferrada a lo que cree su conveniencia, Cristina omite señalar que en la Ciudad se dio la primera derrota de la fuerza que gobierna. En el resto de los distritos vencieron los oficialismos. Misiones no será la excepción. Kicillof apuesta a esa lógica. Ella no.

Los expertos admiten que la profusión de comicios puede contribuir poco a un aumento de la participación ciudadana. En especial cuando se vislumbra la escasa empatía de la dirigencia con la agenda de las preocupaciones cotidianas. Ni siquiera es una cuestión ideológica o de oferta electoral: 17 listas compitieron en CABA. El problema es la demanda.

Las promesas de campaña incumplidas edificaron un lastre de descreimiento del que casi ningún dirigente con algo de historia logra escapar. Por ahora, según los sondeos, Javier Milei es el menos afectado en la frustración social por los políticos (solo él, no su partido). Igual, mantiene un alto nivel de rechazo, similar al del respaldo.

Esa grieta, y otras, parecieran perder peso, salvo en los núcleos duros. “A esta altura, seguir hablando de combatir al kirchnerismo o al neoliberalismo para mucha gente es verso. Les suena a concepto gastado, inconducente y negador de la búsqueda de soluciones concretas”, reconoce uno de los consultores que intentan bucear en el actual inconformismo ciudadano.

Mientras se azuzan la polarización y los extremos, disparadores esenciales del llamado “voto bronca”, un sector importante de la población empieza a profundizar su rechazo a la dirigencia política vía el ausentismo o el sufragio en blanco o nulo (ojo con ese efecto ante la boleta única de papel con la que se votará en octubre).

Acaso esa porción social elige expresar de esa forma el desgano, la indiferencia y, por qué no, la resignación y la tolerancia de ciertos rumbos autoritarios. Una suerte de voto antibronca. El abandono de la idea de que la democracia o la política resultan necesarios para enfrentar las dificultades.

Un proceso de estas características conlleva un peligro que la dirigencia insiste en desatender, preocupada por las candidaturas, los cargos, el poder. Y así contribuye a retroalimentar la degradación y el rechazo ciudadano. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta dónde?

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