domingo, 10 agosto, 2025
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Punto final para la derecha mainstream

Parece el relato surgido de una distopía surrealista. Pero es producto de la sorprendente realidad que experimenta Argentina desde la irrupción de Javier Milei. Solo un esfuerzo intelectual permite comprender la feroz transformación que experimentó la derecha autóctona en el período que va de una elección a otra: 2023 a 2025.

“¿O los matamos a los morochos o dejamos que hagan lo que quieran?”. “¿Qué hago con la Villa 31? Lanzallamas”. “Ese tipo no entiende nada porque le hierve la cola”. “Alguna vez leí Sinagoga/12. Así le decía Guillermo Patricio Kelly a Página/12. Y está bien.

Racismo y xenofobia. Homofobia y machismo. Antisemitismo y fascismo. Una catarata de agravios, más propios de un barrabrava que de un dirigente político, recopilados en muy pocos minutos y para ser consumidos en vivo y en directo.

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A mediados de 2023, cuando se estaba iniciando la campaña electoral para las últimas elecciones nacionales de la Ciudad de Buenos Aires, Franco Rinaldi se vio obligado a renunciar como primer legislador porteño de Juntos por el Cambio, porque se hicieron públicas sus macabras definiciones sobre la estigmatización de la pobreza, la aversión a la homosexualidad y el desprecio a la colectividad judía. En muy pocos días, Rinaldi fue cancelado, tras el rechazo de la propia dirigencia del oficialismo porteño.

La moderación fue desplazada por una ultraderecha fanática, intolerante y reaccionaria.

El politólogo aseguró entonces que había sido malinterpretado y que no debían leerse sus comentarios en clave política, sino artística. Lo suyo, advertía Rinaldi, no era una definición ética, sino estética. “Esto es ni más ni menos que una expresión artística, de libertad, que yo tenía en el streaming. Es un stand up, una performance, que ejercité durante años”.

Jorge Macri no lo entendió de esa manera y lo apartó de la boleta electoral. “Acepto la renuncia de Franco, que busca terminar con las polémicas. Como dije, no estoy de acuerdo ni comparto sus declaraciones (…). Hoy Franco entendió que su candidatura podría dañar nuestra propuesta”, dijo entonces Macri.

Es el mismo Macri que esta semana se vio forzado a acepar la capitulación propuesta por el otro Macri, para firmar la rendición incondicional del PRO ante La Libertad Avanza.

¿Por qué volver al rinaldigate? Porque es interesante reparar en la curiosa pirueta que acaba de experimentar el PRO: un viaje sin escalas, de lo políticamente correcto a la incorrección política. Es que la inflamable verborragia de Rinaldi, y sobre todo, su recalcitrante ideología, representaría hoy una alternativa electoral muy seductora para la alianza –que nada tiene de alianza– entre la LLA y el PRO.

¿Acaso el Rinaldi echado por el macrismo en 2023 no sería un gran candidato para el macrismo en 2025? La respuesta se anticipa en el violento reordenamiento que los Macri, más por obligación que por convicción, acaban de impregnarle a su partido.

¿Qué ocurrió para que, en tan solo dos años, el oficialismo porteño pasara de expulsar a un protagonista de la derecha más radical a convertirse en un actor de reparto de la derecha más radical? Ocurrió Milei.

La humillante derrota de los primos Macri ante los hermanos Milei refleja la rotunda radicalización del electorado de derecha: ya no hay espacio para la moderación. La derecha moderna, democrática, cosmopolita y tolerante, que alguna vez integró Juntos por el Cambio, cedió ahora ante una derecha medieval, antidemocrática, tradicionalista y fanática.

Se trata de una reconfiguración, hay que decirlo, que se viene verificando en el ecosistema de las derechas en todo el mundo. Le sucedió al Partido Popular español frente al avance de VOX. Y al Partido Republicano estadounidense tras el crecimiento de Donald Trump. Es lo que aconteció con el Partido del Frente Liberal brasileño luego del surgimiento de Jair Bolsonaro. Y lo que evidenció el Partido Conservador británico con la aparición de Reform UK. O lo que sufrió la Unión Demócrata Cristiana alemana con incursión de Alternativa para Alemania.

Que no queden dudas: los ultras vienen ganando la batalla cultural de las derechas.

Los politólogos Tim Bale y Cristóbal Rovira bautizaron este fenómeno como la “crisis de las derechas mainstream”. En un muy interesante ensayo, titulado “La derecha mainstream en Europa, atrapada entre la revolución silenciosa y la contrarrevolución silenciosa”, los docentes de la Universidad Queen Mary de Londres y la Universidad Humboldt de Berlín sostienen que los partidos tradicionales de derecha experimentaron en los últimos años una tensión doble: adaptarse a segmentos del electorado que expresan valores progresistas de la “revolución silenciosa”, y representar a los votantes que simpatizan con ideas autoritarias y nacionalistas, de la “contrarrevolución silenciosa”.

Esta presión conjunta, argumentan Bale y Rovira, plantea a los partidos de la derecha mainstream desafíos para profundizar sus discursos en torno a agendas de tipo económico (trabajo, inmigración) y también de índole moral (justicia social, minorías sexuales). Los autores sostienen que se trata de un dilema nunca antes visto para la derecha.

La derecha (mainstream) ha muerto. Que viva la (extrema) derecha.

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