Arde la provincia de Buenos Aires. ¿Por la inseguridad? ¿Por la pobreza? ¿Por la falta de obras? ¿Por la crisis de su sistema productivo? Para nada. El principal distrito del país se recalienta porque gran parte de su dirigencia política ha decidido abocarse a una larguísima campaña electoral con doble calendario.
Pese a que las legislativas provinciales son el 7 de septiembre y las nacionales el 26 de octubre, los oficialismos y las oposiciones ya están enfrascados en una áspera batalla permanente dentro y fuera de sus espacios.
Cada uno de ellos justifica este nivel de beligerancia, que sólo puede multiplicarse en las próximas semanas y meses, en nombre de la necesidad de sostener sus proyectos políticos a partir del éxito en las urnas. Una enjundia llamativa, al no ponerse en juego cargos ejecutivos. Son los tiempos que corren.
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Libertarios y peronistas, junto a las fuerzas satélites que orbitan a su alrededor, dedican buena parte de su energía actual a febriles movimientos para ver quién se impone a quién. Y con ese propósito, vale todo.
Con la bandera de vencer al kirchnerismo en su bastión clave, LLA acelera hacia la absorción bonaerense del PRO. Como era de prever, tras el resonante tercer lugar en los comicios porteños de hace dos semanas, Mauricio Macri abdicó de la escasa resistencia que mantenía y dejó librados a los dirigentes amarillos provinciales a sus deseos de mutación.
Ese proceso ya fue consagrado esta última semana entre los dos principales operadores de la hermanísima Karina Milei -Eduardo ‘Lule’ Menem y Sebastián Pareja- y la tríada PRO que componen los diputados Cristian Ritondo y Diego Santilli y el intendente marplatense Guillermo Montenegro.
Restan apenas detalles para que se alumbre formalmente la conjunción de candidaturas en la Provincia, tanto locales como nacionales. La secretaria General de la Presidencia y jefa partidaria insiste con que todos se integren a la boleta violeta de LLA. Ritondo, cada vez con menos armas, sigue intentando el armado de un frente.
Otro punto en discordia, por decirlo de una manera combativa, es la selección de quiénes serán candidatos. Esa ventana se torna más compleja para los comicios de septiembre: los intendentes PRO aspiran a tener injerencia o al menos poder de veto de libertarios en los territorios que gobiernan. Hay dudas de que puedan lograrlo. En ciertos casos hay hasta denuncias judiciales entrecruzadas entre mandatarios comunales amarillos y concejales con peluca. ¿Tábula rasa?
Solo restan detalles para que sea un hecho la unión de LLA-PRO en la provincia
El poder de “negociación” (por llamarlo de alguna manera) es desigual: de la veintena de intendentes bonaerenses del PRO, más de la mitad ya se pintó de violeta o fue a comprar la tintura. El grupo “rebelde” a la rendición, liderado por Soledad Martínez (de Vicente López), pierde fuerza. Y hasta surgen intentos de supervivencia por la vía vecinalista, como la de los hermanos Passaglia en San Nicolás. ¿Únicos o precursores?
Los desacuerdos internos también incluyen a LLA, aunque no en relación al PRO. El “karinismo” continúa sin convalidar la participación en la agenda electoral provincial de la dirigencia que se referencia en el asesorísimo Santiago Caputo. Insisten en pedir pista y en sus quejas Agustín Romo (jefe del bloque de diputados bonaerense), Nahuel Sotelo (secretario de Culto) y la activísima jauría digital “caputista”. El blanco predilecto es el armador Pareja. Se ve que no lo odian lo suficiente para removerlo.
Si de cortocircuitos se trata, el peronismo provincial parece vivir en un fuego permanente. Ayer, el último día de mayo, Axel Kicillof trató de hacer un esfuerzo para evitar que se avivara, en el plenario de su novel Movimiento Derecho al Futuro, en La Plata.
Pese a que esquivó confrontar directamente con Cristina Fernández de Kirchner e insistió en plantear el antagonismo con Javier Milei, el gobernador apuntó elípticamente contra La Cámpora y volvió a defender la convocatoria electoral del 7 de septiembre.
A esta altura, dicha confirmación podría interpretarse como una verdad de Perogrullo. Claro, eso si se obviara la nueva embestida de CFK contra el adelantamiento bonaerense, según se dejó trascender en la reunión del martes 27 del Consejo Nacional del PJ. No fue la única. Fue el primer encuentro tras los resultados porteños y 48 horas después de la reaparición pública de la expresidenta en un acto en CABA. Mañana lunes regresará además a la pantalla de la TV. ¿Frena o escala?
Vamos a las formas y luego al fondo. Amén de que Cristina y Kicillof evitan hablarse desde hace meses, dirigentes que les responden hallan cualquier excusa para intercambiar críticas y acusaciones por traición. En público, con impacto en la gestión ejecutiva y legislativa.
La escalada de esta interna ha impedido por el momento cualquier acercamiento para acordar las boletas electorales de ambos turnos. Para el provincial, queda apenas un mes y medio de plazo para la inscripción de candidatos.
Esta guerra fría provoca un especial pavor en muchos intendentes peronistas, claves en el despliegue territorial de la maquinaria político-electoral, que vislumbran una derrota histórica ante la eventual división propia y la segura confluencia opositora.
Sin que ella diga nada al respecto, el cristinismo movió la dama en este ajedrez hacia su candidatura en la tercera sección electoral, la más populosa de la Provincia. Y se divulgó que Sergio Massa iría por la primera sección.
Estas movidas no sólo buscan condicionar a Kicillof para que acepte la unidad aunque duela (y CFK siga teniendo la lapicera), también luce como la principal apuesta del peronismo para ser competitivo en su bastión bonaerense.
Surgen entonces los interrogantes en torno a las cuestiones de fondo. ¿Kicillof está dispuesto a una derrota con tal de demostrar su independencia de CFK? ¿Un fracaso electoral no golpearía sus aspiraciones presidenciales en 2027? ¿Aún siendo electa diputada provincial, Cristina asume que perdiendo puede arrastrar al PJ a su propio ocaso?
Convendría prescindir de respuestas sencillas. Dirigentes peronistas bonaerenses y nacionales abren el paraguas con el argumento de que nunca ganaron los comicios de medio término en las últimas dos décadas. Y también que Cristina perdió en la Provincia en 2017, ante los candidatos de Macri y María Eugenia Vidal, para dos años después volver a triunfar a nivel local (Kicillof), legislativo y presidencial (Alberto Fernández).
La historia no siempre se repite. Miren a Milei.