Con la decisión de eliminar el paquete fiscal de la ley ómnibus para asegurar su aprobación en la Cámara de Diputados, el Gobierno cerró su semana de mayor tensión desde que asumió Javier Milei, en la que el esquema de poder y toma de decisiones de la administración quedó en evidencia como nunca antes: a la ya sabida extrema influencia de su hermana Karina, se expusieron los roles del jefe de Gabinete, Nicolás Posse, y del asesor todoterreno Santiago Caputo. Juntos conforman hoy la triada de poder que conduce al Ejecutivo.
Si antes de la asunción, el ministro del Interior, Guillermo Francos, se había erigido como el gran cerebro detrás de la estrategia acuerdista de Milei y el impulsor de acercamientos con sectores del peronismo, en el último mes su intervención sufrió el desgaste del purismo que mostró el Presidente en las negociaciones con la oposición por el proyecto “Bases para la libertad de los argentinos” y la ruptura del diálogo con la CGT por el paro.
Milei se apoyó en Posse, su ex jefe en la Corporación América y mejor amigo dentro del Gobierno, para supervisar los avances en las distintas áreas. Aunque en las reuniones de ministros el jefe de Estado baja la línea en las cuestiones más importantes que le trasladan sus funcionarios, y es el que define cuando surgen diferencias entre dos carteras, para la implementación y seguimiento está el jefe de Gabinete, que cuenta con la ventaja de no necesitar consultarle periódicamente al jefe de Estado: conoce a la perfección sus límites y lo que no está dispuesto a negociar.
“Es mucho más que Marcos Peña para (Mauricio) Macri, porque Nicolás no lo interpreta a Javier: tienen el mismo chip”, describe un referente mileísta que conoce el vínculo que los une.
Tanto que Milei supo que para conseguir que se sumara a la gestión iba a tener que hacer una fuerte concesión: de perfil muy bajo, Posse pidió no hablar con los periodistas, ni en público ni en off the récord, “salvo con contadas excepciones”. El jefe de Estado aceptó sin mayores problemas. De ahí el rol clave del vocero presidencial, Manuel Adorni, a pesar de que su presencia trasciende su papel en las conferencias de prensa.
Posse evitó el camino de la confrontación durante el primer mes y medio y optó por persuadir a la hora de plasmar sus ideas, pero esta semana dio dos golpes letales que hacia adelante representan todo un mensaje para sus “rivales” internos: Guillermo Ferraro, que no entendió su necesidad de avanzar sobre las empresas descentralizadas y bloqueó sus nombramientos, terminó eyectado sin previo aviso del Ministerio de Infraestructura.
Ferraro, al menos, fue advertido a través de los medios de que debía renunciar, algo que desde la cuenta de Twitter “Oficina del Presidente” (@OprArgentina) se oficializó este sábado. El caso del superintendente de Servicios de Salud, Enrique Rodríguez Chiantore, fue todavía más impactante: su despido se comunicó directo por el Boletín Oficial, con la publicación de un decreto que incluyó el nombramiento de Gabriel Oriolo, con el aval de Mario Lugones, asesor ad hoc de Posse en materia de salud. Quienes conocen la burocracia de la función pública saben que las designaciones son procesos que demandan varios días y que, por pasar por distintas manos, implican un esfuerzo para evitar las filtraciones.
Con Rodríguez Chiantore, al que se le atribuía una actitud dialoguista con los gremios por no haber sido cuestionado por José Luis Lingeri, se aseguraron que no se enterara hasta el día después al paro.
La ejecución de la estrategia no se la puede atribuir sólo a Posse, dicen en Casa Rosada: “Javier se hace el loco y a veces puede querer que todos piensen que lo es, pero las decisiones las toma todas en frío, nunca en caliente”, apuntan desde el entorno presidencial.
Karina Milei es igual. Además de ser, como contó Clarín, la única persona con la que no se pueden pelear quienes quieren mantener un buen vínculo con el jefe de Estado, la secretaria general de Presidencia se encargó de demostrar que no tiene prurito para ejercer el poder de forma implacable.
En los últimos días, cuando hubo movimientos que no le gustaron por parte del secretario de Comunicación y Prensa, Eduardo Serenellini, se ocupó de marcarlo de una manera poco habitual en la dinámica política de la Casa Rosada, pero con una fuerte carga simbólica: entró a su despacho en su ausencia y le pidió al personal de maestranza que se llevara una mesa en la que el secretario recibía a empresarios y dirigentes sin el consentimiento de los ministros de otras áreas.
Si bien el argumento fue que la mesa “no había sido pedida por los mecanismos formales” a nadie le quedó dudas de que obedecía a la incomodidad por el perfil alto del funcionario desde su desembarco.
Lo curioso es que se aclaró que “la mesa fue restituida a una oficina del primer piso”, donde funciona el área de redes, a cargo del consultor Santiago Caputo, al que en el Gobierno presumían quería destronar Serenellini. “2 y 3”, como los mencionan en alusión a un supuesto ranking jerárquico en el Gobierno, actúan en tándem.
Lejos de preocuparse por un supuesto embate de Serenellini, el asesor presidencial mostró en los últimos días que su trabajo excede a la estrategia comunicacional. Su desembarco en el Congreso para negociar artículos de la ley con el mandato de Milei sorprendió a los diputados más experimentados. Tanto que opacó a Francos y al titular de Diputados, Martín Menem. “Santiago ya está a otro nivel, es un jefe de asesores: lo de la comunicación es algo secundario”, explica un allegado al Presidente.